Escrito por Lena Dunham para “Lenny”. Traducido por Ania para Lunar APP
Un terapeuta me dijo una vez que un sello distintivo del trauma es perder la capacidad de fantasear. El espacio donde había “posibilidad” se llena entonces con una realidad dolorosa y disruptiva. Me dijo que tras un abuso sexual –lo cual me ocurrió en los inicios de mi vida sexual- la percepción de uno mismo como un ser erótico, empequeñece y retrocede.
Y es cierto. Había tenido una adolescencia plena de sueños y deseos, sentada en mi cuarto escribiendo lo que llamaba “historias cortas” pero eran en realidad cuentos eróticos bastante lamentables. Sobre un leñador duro pero amable con un ojo de vidrio esperando ser tocado por alguien que lo comprendiera. Sobre dos adolescentes escapándose por la campiña italiana (uno rico, uno pobre), haciendo paradas en gasolineras para asaltarlas y meterse en sus baños a coger.
Pero después de sufrir una violación, todo lo que podía imaginar cuando pensaba en sexo era en no ser lastimada, o en momentos de mucho autodesprecio, en ser muy lastimada. Eso era todo lo que había.
Y no volví a tener fantasías desde entonces. Me volví una gran performer: con la espalda curvada, moviendo mi melena, asumiendo actitudes que me parecían deseables por un compañero consumidor de porno o de cine de autor. Me volví muy hábil para hacer gemidos pequeños y sin sentido, que hacían que mis compañeros creyeran que estaba teniendo ideas picantes. Aunque en otras áreas de mi vida me sentía casi saturada de la cantidad de ideas que me surgían, en el sexo no: siempre estaba en blanco y necesitada.
(…)
A los 22 proyecté una actualización casi caricaturesca de mi identidad. “Hola, soy Lena. Me gustan los chistes incómodos, las argollas doradas y los vestidos para abuelas. Tengo los modales de un comediante de stand-up de los ochenta y el corazón de Annie Potts en Dangerous Minds. Por favor ámenme”
La agresiva totalidad de mi imagen agotaba a algunos chicos, los hacía reír y empujarme un poco diciendo “Vos, rarita”. A veces también los hacía besarme en un baño sólo para ver qué hacía yo, hasta dónde llegaba mi actitud rockera, y así fue como terminé de gira por la autopista West Side con un hermoso clon de James Dean. (…) Llegamos a la casa de mis papás, me tiró en la cama y me dio una cachetadita en la cola. Me saqué los shorts y me puse boca abajo. Pero entonces él se acostó al lado mío, respirando despacio, me besó con ternura y me miró. Y yo me congelé.
“Hola,” murmuré. “Hola”, me sonrió, y dijo: “Contame tus fantasías”
El pánico que sentí fue similar al de ser interrogada sobre mi ubicación exacta en el momento de un crimen, sabiendo que no tenía coartada. Me puse roja, me sentía transpirar a través del vestidito de poliéster. Me lo saqué rápido, y esperé que mi desnudez sorpresiva lo distrayera. No sucedió.
“Ehh… no sé…” tartamudeé “Que me… eh… ¿metas un dedo?”. Él empezó, silencioso y concentrado, a cumplir mis “deseos”. Yo me quería morir.
Supongo que la gente que ve mis trabajos en televisión se puede sorprender de leerme totalmente falta de imaginación sexual. O tal vez no, considerando que las escenas de sexo que escribí y actué no son muy extravagantes: no reinventan el sexo, más bien lo recrean, generalmente en sus versiones más mediocres. Son copias literales del entramado ridículo de la vida, u ocasionalmente, proyecciones añoradas por una mujer que sólo quiere sentir que merece tiempo y contacto. En estos últimos años empecé a preguntarme qué quiero realmente del sexo. Como un amnésico tratando de rejuntar mi vieja vida, miro aquellas fantasías que impulsaban mi lujuria adolescente y me pregunto qué quiero ahora, a los 30 años, si se me presentara alguien completamente nuevo que tenga cero relación con mi trauma. Hace poco le describí una fantasía a Jenni, que me conoce mucho y a muchos de mis conflictos: “Tengo una bikini blanca y estoy haciendole sexo oral a un hombre. Cuando termina, el tipo me mira muy sorprendido y dice: “Eso fue surreal. Sos única”. Ella me miró, compasiva, y me dijo: “Me parece un poco triste que tu fantasía se trate de impresionar a la otra persona, en lugar de al revés. ¿Y si fueras vos quien recibe un montón de placer?”
No tuve respuesta para eso. Es difícil saber cómo protegerse hoy en día siendo una mujer en Estados Unidos. Hay mucha confusión, muchas cosas fuera de control, como una juego de estrategia que se manipula desde algún búnker lejano. Hay demasiadas decisiones importantes sobre nuestra salud y seguridad en manos de hombres que no nos han visto y nunca nos verán, que ni siquiera quieren vernos. Nos juntamos a debatir sobre formas de entrar en acción, organizaciones a las cuales donar, marchas, hashtags y causas urgentes. Todo eso es importante, hermoso, es esencial y valiente.Pero ¿qué pasaría si agregamos un pequeño paso personal, algo que no ayuda inmediatamente a nadie más que a vos, pero que puede salvar nuestro mundo entero? Algo que cuente la historia mejor que las mismas palabras. ¿Qué pasaría si cada vez que tenés sexo en los próximos cuatro años, decís exactamente qué es lo que querés? ¿O movés tus manos o las suyas exactamente adonde las necesitás para satisfacerte? (…) ¿Qué pasa si no volvés a tener ese tipo de sexo en el que estás acostada simplemente esperando que se termine (y si nunca tuviste ese tipo de encuentro: ¡¡mis genuinas felicitaciones!!)? ¿Qué pasaría si siempre escuchas tu voz, reconocés tu voz, pedís más, y obtenés lo que querés, o inclusive, lo que no sabías que podés sentir?
Entonces, me vuelvo a preguntar. ¿Puedo separar la fantasía del trauma, es importante hacer esa distinción?
Porque tal vez me quiero vestir con lencería a lo Helmut Newton y tener sexo contra una pared blanca cerca de una planta colgante. Tal vez quiero hacerlo entre unos arbustos de noche cerca del Puente de Brooklyn, como la chica más cool de toda mi secundaria. Tal vez quiero que sea en una de esas escaleras externas de un edificio, un poco aterrada por si se cae y muero pero demasiado excitada como para que me importe. Tal vez quiero hacerlo con alquien en una máscara de ski que me diga “Estás segura en mis manos, pero no podés hablar”. Tal vez quiero estar congelada de frío y llorar.