“La condición llamada “tensión premenstrual” fue descripta por primera vez en 1931, en el estudio del ginecólogo Robert Frank. Su consejo para mujeres con casos severos de tensión premenstrual era irradiar los ovarios o removerlos completamente.
Ochenta años después, no se ha progresado mucho en las propuestas médicas, Y aún se sugiere esta intervención como recurso a las mujeres con síndrome premenstrual extremo. Por décadas, el SPM, sus causas, y la pregunta sobre si realmente es una condición médica han permanecido en el misterio para la ciencia. Se lo considera un fenómeno de salud complejo ya que los síntomas y su severidad varían mucho de mujer a mujer e incluso de ciclo a ciclo en la misma mujer. Se citan hasta 150 síntomas, desde inflamación, cambios de ánimo, dolor de cabeza, desórdenes del sueño y dificultades de coordinación física.
Los científicos aún no se ponen de acuerdo en cuáles de ellos corresponden efectivamente al “síndrome” y cuáles no.
Los tratamientos recetados van desde prescribir antidepresivos hasta pastillas anticonceptivas, con el objetivo de aliviar los síntomas citados por las mujeres, aunque un 40% de ellas no encuentran alivio en el tratamiento médico.”
5 razones para la incomprensión
1) La falta de observación y de autoconocimiento de las mujeres entrega todo el poder de diagnóstico, tratamiento o curación al poder médico. Poder históricamente dominado por el sexo masculino (mayoritariamente no menstruantes), y con una tendencia brutal a la fragmentación: cada especialista atiende sólo su conjunto de síntomas, su sistema de órganos por separado, y se considera poco y mal la relación entre sensaciones emocionales-psíquicas- vinculares y físicas. Pobre visión para atender a un fenómeno que es a la vez biológico, psicológico, sociológico, afectivo, energético.
2) Tampoco es que la ciencia médica tenga mucho interés en destinar recursos y tiempo a investigar este misterio. “Una búsqueda en ResearchGate encuentra cinco veces más estudios científicos sobre disfunción eréctil que sobre síndrome premenstrual. A pesar de que sólo un 19% aproximado de hombres declara atravesar ese síntoma en su vida, y en cambio un 90% de las mujeres reconocen tener alguno o varios de los malestares propios del SPM.”
3) La presión cultural que recibimos tácitamente las mujeres -ser amables, consideradas, racionales, no permitir el desborde emocional, no bajar jamás el ritmo productivo, entre otras — empeora la reacción corporal y psíquica a la fase premenstrual, por impedir que expresemos o actuemos en base a las necesidades que emergen.
Esta etapa de gran variación hormonal también tiene significados a nivel psíquico y emocional: la disolución dentro del cuerpo del proyecto gestacional también puede despertar los símbolos del duelo, la pérdida, el cansancio o la frustración. ¿Nos animamos a entrar en contacto con esto, o lo evadimos?
4) La falta de comunicación y de información y educación sobre lo que vivimos en la fase premenstrual-una etapa de reales e intensos cambios hormonales– causa rechazo, vergüenza o negación en las mujeres. En vez de observar lo que nos ocurre, registrar los cambios, comparar, buscar información e investigar sobre nosotras mismas, reaccionamos con frustración y empeoramos la experiencia del ciclo hormonal vital.
5) La problemática del machismo produjo que ciertas corrientes feministas se fueran al otro extremo en su búsqueda por comprobar que las mujeres “no somos distintas a los hombres”. Tras siglos de ser tratadas como débiles, frágiles, inferiores al hombre, hay una línea de pensamiento que rechaza todo aquello que plantee “desventajas” frente a los cuerpos masculinos.
Entonces, ser honestos sobre el ciclo menstrual, sus efectos, sus necesidades específicas, amenaza con asociarlo a una patología, cuyo mal uso pueda generar discriminación en el ambiente laboral o profundizar la estigmatización de las mujeres.
En este mundo tan BLANCO o NEGRO, es difícil pensar en grises y entender los matices, lo complejo. Podemos tener necesidades y vaivenes específicos a la biología femenina, sin por ello legitimar una idea de “inferioridad” o “estar en desventaja”.Trabajar por la igualdad de género implica darnos igualdad de oportunidades y de derechos ante la ley, sí, pero reconociendo también, de forma respetuosa, las particularidades de cada biología y cada identidad sexual.
Es obvio que una persona trans, una mujer autopercibida como tal, una embarazada, un niño o un varón de 60 años no tienen las mismas necesidades/capacidades, y una sociedad justa y saludable debería integrar las diferencias y particularidades para acercarse a la equidad social. Sin exigirle al viejo que corra maratones, al niño que trabaje para ganarse el pan, ni a le menstruante que sea igual todo el mes.
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