AMA tu ritmo

Prefiero que me escuchen con amor

Y un día, en nuestras vidas megavirtualizadas en las que lo laboral, lo íntimo, lo superficial y lo profundo transcurren por canales digitales, viene WhatsApp, la plataforma más usada del mundo conocido y nos trae un chiche simpático: el acelerador de audios. Ya existía en otras plataformas menos mainstream, como Telegram, pero ahora es masiva, es noticia, y parece que nos tiene muy entusiasmades.

Aceleremos. Un cincuenta por ciento, un cien por ciento. Cuanto más puedas acelerar, mejor.

La primera intuición indica que ésta funcionalidad está pensada como un optimizador de tiempo. Que, en definitiva, es una herramienta por y para la productividad. ¿Para qué vas a usar cuatro minutos si podés dedicarle la mitad? ¿Y, ya sabés en qué te gustaría usar los otros dos? Suena tentador. Cuántas cosas productivas para hacer en ese tiempo ahorrado. Aprovechar. Aprovechemos.

Y entonces comentamos la primicia, que bajate la actualización, que qué divertido sonar como ardillita, que para los audios eternos de les jefxs, que para los 7 minutos diarios de repetición de anécdotas de Fulane que es un dense total, para un vecino que pudiendo explicarse en dos palabras, se explaya en doscientas.

Spoiler alert: acá no celebraremos la novedark. Igual, les invito a que jueguen a no tomarse nada de lo que sigue con seriedad, y permanezcan apenas en la duda. Es que esto es un poco una catarsis y otro poco una pregunta, nada más.

Resulta que ya hay estudios científicos que van poniendo el ojo en lo trastornades que estamos quedando por exceso de otras herramientas novedosas.

Existe la “fatiga de Zoom”, por ejemplo. Explican que hay varias razones que provocan la fatiga, y que común a todas es que a los cerebros que tenemos, aún les resulta un poco difícil distinguir lo “virtual” de lo “real”. Para que se entienda mejor, les cuento una de las que le cuestan: parece ser que el cerebro humano, traduce químicamente los encuentros virtuales, según los parámetros que tendría en un encuentro presencial. Cuando usamos Zoom, la distancia entre nuestro ojo y la pantalla, suele no exceder los 30 centímetros, y eso se decodifica como “tenés tu cara a 30 centímetros de la cara de otro humane”. Les sugiero que para chequear cómo se siente la escena en la presencialidad, la prueben con alguien (centímetro mediante sería un lujo) porque les juro que imaginarlo no alcanza. Van a ver que es estar verdaderamente MUY cerca.

HOLA

Esta situación, en el lenguaje cerebral -que evidentemente no hizo el update necesario- sólo puede significar dos cosas: un inminente apareamiento o un inminente ataque.

Esto es lo que traemos por default tras millones de años de sociabilización mamífera. Entonces, estos simulacros de cercanía, se decodifican como preavisos de contacto físico, sea por abrazo/beso o por trompada, para resumir. Lo que concluyen les científiques es que perpetuar esta dinámica nos estresa un poquito: parece ser que no estamos preparades para lidiar con un aviso permanente de atracción o amenaza física -que además luego no sucede, por supuesto- durante unas 4/5 horitas diarias. A mí me hizo bastante sentido, y lo inserto acá, sólo para poner un ejemplo de cómo, los impactos de estas herramientas, no requieren mil años para dejarnos en cortocircuito. Es ahora.

Volviendo a WhatsApp, que es el que hoy nos interesa, también tenemos una exposición importante: dice Google que en promedio usamos la aplicación entre 90 minutos y 3 horas por día. Así que les invito al juego de la pregunta obligada: ¿se imaginan que dirán los estudios científicos 2024 de la Universidad de Massachussets (?) cuando, quizás, alguien se interese por las consecuencias de reproducir a nuestro entorno en versión Chip y Dale, de manera más o menos continua? O de los efectos de escuchar relatos a velocidades homogéneas, que volverán las inflexiones casi imperceptibles (sí, resulta que el oído no es tan afilado, amigues). ¿Qué nos pasaría si perdiéramos los matices de las voces, y las estandarizáramos en un mismo ritmo? ¿Que significará -desde la perspectiva de los cerebros desactualizados- que tu amigue y tu jefx te hablen “igual”? Más confusión y un nuevo hiperestímulo: ésta vez, el del caudal incrementado de información, cotidiana e incluso íntima, en menor tiempo.

Cuando pruebo desanclar el asunto de la app e imagino sencillamente a alguien que en un contexto cualquiera me habla muy muy rápido, lo primero que me pasa es que pienso de mínima en urgencia y de máxima en peligro. Si sigo jugando a inventar y a hacerme la científica, diría que el cerebro sin actualización 2.0 lo debe decodificar así también. Y no sé ustedes, pero yo ya estoy sintiendo la ansiedad.

La “culpa” nunca es de la herramienta, eso está claro. Además ya perdimos las ingenuidades que alguna vez tuvimos y nadie pretende acciones comprometidas con la naturaleza humana de las empresas de comunicaciones más grandes de la historia.

Después, de última, te sacan a un par de exCEOS con cara de angustia en un documental, te cuentan que se arrepintieron de las consecuencias monstruosas de las funcionalidades que crearon, y vos casi que empatizás y les disculpás: elles no sabían que el botón de megusta podía impactar profundamente en los autoestimas y elevar las tasas de suicidio adolescente…

Quisiera poder imaginarme si ésto quedará en la anécdota de una novedad que velozmente pase a algún museo (?) de funcionalidades decorativas y en desuso. O si algún día, en 10 años, o quizás en 5, nos vamos a encontrar con que olvidamos como era la vida sin la herramienta, preguntándonos con incredulidad ¿cómo era que hacíamos antes, cuando no podíamos acelerar? (como cuando no entendemos cómo existía la vida sin Google).

Y capaz suena a un montón de exageración, puede ser. Pero siento que, por lo simbólico de la acción de acelerar, queda en una evidencia asombrosa, nuestra fascinante cultura de la ansiedad. Porque si ya veníamos con el mandato de la productividad permanente, y a odiar el tiempo supuestamente improductivo, ahora ni se te ocurra interrumpir el flujo entre el pensamiento y la lengua, porque te aceleramos. Ni se te ocurra dedicarle la atención ni toda tu presencia a un audio ajeno, perdedorx del tiempo serial.

Lo último es una confesión. Posiblemente sea desde el ego herido, pero lo digo igual así, con la misma dosis de franqueza que de vulnerabilidad: yo no quiero ser escuchada en un audio acelerado. Tampoco quiero escucharte aceleradamente.

Diría que, menos aún, quiero sentirme corrida por el fantasma del aceleramiento ajeno, del que posiblemente nunca me entere. ¿Vos? Rápido, eh. Mirá que si en una de esas la pensás dos veces, te tomás un instante extra, respirás muy profundo o te extendés en pavadas, serás acelerade luego.

Ah, porque después, con los tres minutos que me ahorré del audio de Martita me hago un jugo de apio detox, porque la clorofila me conecta con la tierra, y uso los dos minutos que me evité del de Juancho para hacerme una meditación que me ponga en eje el chacra. Para bajar la ansiedad, viste?

Es que detrás de todo, hay un secreto que seguramente ya sabían: la pretensión de productividad es un poco una ilusión y otro tanto una mentira. Los que aceleramos los audios, somos los que ese mismo día, más tarde, solapamos el vacío existencial deglutiendo series que no nos interesan, y ya pidiendo que nos recomienden otras -que nos interesen menos aún- para que no haya ningún bache en la continuidad de la anestesia entre una y la siguiente. Los que aceleramos la otredad, rendimos después culto a nuestros sistemas de recompensa, comprando tonterías por Internet para darnos el mismo subidón de dopamina del que nos privamos evitando en el contacto humano consciente. Los que aceleramos la existencia, somos los mismos que no toleramos aburrirnos, los que oscilamos entre ese algo que hay que hacer, y la obligatoriedad de tener que hacer algo de manera permanente. Los que también aceleremos la palabra digital, entonces ¿nos soportaremos en las pausas y silencios inevitables de la mismísima presencia?

Nos venimos quejando del estrés y de las vidas en velocidad. Y nos suelen gustar las recetas mágicas. Sería tranquilizador que nos garanticen (con la envidiable confianza de les apologistas del jugo detox) que en la pausa o en ir más lento, están el elixir de la vida y la fórmula de la felicidad, si es que existen. De lo que estamos más o menos segures, es que en el acelere, para nada los estamos encontrando.

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